Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor
Cuando se menciona el término «patrimonio cultural», es natural que lo asociemos de inmediato con la herencia transmitida por nuestros antepasados. Este concepto engloba todas las expresiones vinculadas a los bienes y valores culturales específicos de una región o país: desde las tradiciones y costumbres hasta los objetos tangibles e intangibles que poseen un valor histórico, artístico, estético, arquitectónico, urbano, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, científico, testimonial, literario, bibliográfico, museológico, antropológico y cualquier otra manifestación que forme parte de la cultura popular.
Con absoluta claridad, podemos sostener que la práctica de aprender de nuestros antiguos no solo nos brinda una comprensión más profunda de la realidad presente, sino que también nos permite vislumbrar las posibles condiciones futuras de la sociedad. Es importante reconocer que este conocimiento sobrepasa el mero disfrute estético; es impulsado por un genuino deseo de preservar el legado cultural, el cual se encuentra constantemente amenazado, especialmente en esta era de globalización neoliberal. Este proceso de aculturación, como es su lógica, busca desmantelar las culturas nacionales para imponer los estándares de las grandes metrópolis y centros de poder.
En términos específicos, se ha evidenciado por parte de los científicos sociales que la globalización conlleva una disminución de ciertos aspectos culturales representativos, así como la pérdida de la identidad de los grupos humanos que se identifican con su legado cultural. Con el propósito de evitar esta situación, algunos Estados han implementado políticas, normativas y procedimientos dirigidos a proteger el patrimonio de sus naciones. No obstante, debemos reconocer que estas medidas no siempre han sido efectivas para contrarrestar los daños causados en nombre del progreso, el bienestar, la modernización y la paz mundial. Estas realidades adversas sugieren que la globalización se utiliza como una nueva estrategia de dominación e influencia ideológica y cultural.
Por otro lado, podemos observar que en América Latina estamos experimentando una notable revitalización en el estudio y la apreciación del patrimonio cultural. Este escenario es especialmente llamativo, ya que durante mucho tiempo el tema en estudio fue descuidado y relegado únicamente a unos pocos estudiosos y entusiastas de la tradición, quienes a menudo fueron menospreciados debido a la percepción de que estaban obsoletos frente al avance de la tecnología.
Sin embargo, en la actualidad, la concepción de patrimonio ha experimentado una evolución significativa, convirtiéndose en un punto de referencia crucial para los investigadores sociales. Estos han categorizado el patrimonio según sus intereses disciplinarios, abordando aspectos como el cultural, histórico, natural, arquitectónico, entre otros. Es destacable que esta noción está siendo ampliamente discutida y reconocida no solo por políticos, artistas, periodistas y funcionarios estatales, sino también ha sido incluida en las peroratas tanto oficiales como populares.
Podemos inferir que esta renovada atención hacia el patrimonio cultural representa una respuesta a la emergencia de los valores locales, destacando la fuerza y singularidad que poseen frente al fenómeno de la globalización, el que busca homogeneizar mercados, sociedades y culturas mediante diversas transformaciones sociales, económicas y políticas que les confieren un carácter global.
Ahora, si se me permite, me gustaría situar esta problemática en el contexto regional. Al respecto, se puede decir que el desconocimiento de la población sobre el patrimonio cultural se ha convertido en una costumbre en nuestra comunidad. Basta caminar por las calles y avenidas de este puerto para descubrir la barbarie que se vive cada día. Observamos con desconcierto e indignación cómo grupos de vándalos atacan monumentos históricos, emblemas nacionales, cementerios y otros bienes culturales, sin poder identificar y castigar a los autores de estos terribles actos. Asimismo, no podemos perder de vista otros embates institucionales visibles, especialmente en el casco antiguo de la urbe. Cuántas veces hemos tenido que aceptar el hecho consumado de intervenciones urbanas que destruyeron algunos vestigios materiales de nuestra identidad.
Es lamentable constatar que nuestra ciudadanía tiene una participación mínima o inexistente en las decisiones tomadas por las autoridades de los organismos públicos y privados, lo que deja un vacío para que los gobernantes actúen según su criterio en esta materia. Los resultados son evidentes: casonas antiguas destruidas o transformadas en locales comerciales, monumentos abandonados y centros culturales sin la infraestructura ni la implementación adecuada. Lo que es aún más preocupante es la ausencia de planes para el mantenimiento, preservación y protección de estos edificios.
En una sociedad democrática, sería pertinente establecer mecanismos legales que permitan una participación efectiva de la ciudadanía en los asuntos fundamentales que atañen a la comunidad. Esta propuesta de “democratización” implica una serie de experiencias diseñadas para capacitar a los residentes como miembros activos y responsables de la sociedad, quienes pueden contribuir en la formulación y ejecución de medidas sociales, legales, políticas, culturales y ambientales.
En esencia, consideramos que se debería crear una instancia que fomente una comunicación más democrática y horizontal, promoviendo la participación ciudadana y asegurando el cumplimiento de las leyes pertinentes en este ámbito, las cuales lamentablemente no siempre se aplican. Un ejemplo claro de esto es la obligación de las autoridades de proteger y conservar todos los monumentos históricos, algo que a menudo se ve frustrado por la falta de acción o la dilación en el tiempo, causando molestias tanto a residentes como a turistas.
Considero que los ciudadanos, libres de intereses partidistas, deberían, lo antes posible, impulsar la creación de un organismo de base que ayude a frenar los actos delictivos y las decisiones arbitrarias que afectan la preservación de nuestra herencia cultural. Al mismo tiempo, estimo que, como adultos, tenemos la responsabilidad de educar a la próxima generación para que desarrollen un profundo vínculo social y cultural con su entorno, y que demuestren un compromiso activo en la recuperación, protección, preservación y difusión de todos los elementos tangibles e intangibles que conforman nuestro patrimonio cultural.
Cuánto anhelo poder asistir, aunque sea tardíamente, a la inauguración de un Centro Patrimonial Tarapaqueño, que albergue la mayoría de los materiales que componen la historia y la memoria artística de nuestra región. Visualizo este espacio como un lugar capaz de acoger los artefactos y testimonios que representan el patrimonio musical, teatral, pictórico, audiovisual y literario de nuestra zona. Desde esa plataforma, me imagino que sería posible impulsar un proyecto más amplio, que permita la reinterpretación y difusión de nuestra rica herencia cultural tarapaqueña. Supongo que este Centro constituya el punto de partida para diversas iniciativas destinadas a fomentar el turismo patrimonial en nuestra región.
En este día de celebración de los Patrimonios, sostengo que más allá de pronunciar discursos que a menudo se desvanecen con el tiempo, es crucial que toda la ciudadanía se comprometa activamente en la materialización de este noble propósito. Esto implica, sin duda, la asignación de inversiones financieras significativas por parte del Estado, así como la consideración de aspectos éticos, culturales y de responsabilidad tanto pública como privada. Todos estos aspectos deben ser abordados con la celeridad que amerita, ya que corremos el riesgo de perder las huellas de esa mixtura de identidades que confiere a Tarapacá una personalidad única, distintiva e irremplazable.