En un debate reciente sobre la enseñanza bilingüe del aymara y el español, surgieron opiniones encontradas. Algunos participantes calificaron el esfuerzo como un “absurdo chauvinismo”, argumentando que el aymara no tiene utilidad práctica en el mercado laboral y que los recursos educativos deberían enfocarse en idiomas más competitivos. Sin embargo, esta postura ignora aspectos fundamentales de la relevancia cultural, social y económica que tiene esta lengua ancestral.
El aymara no es solo un idioma hablado por comunidades indígenas de Bolivia y Perú, en su gran mayoría, y de Argentina y Chile, con una población menor; es una pieza clave del patrimonio cultural de América Latina. Este idioma ha sido portador de conocimientos, tradiciones y cosmovisiones durante siglos. Desatender su enseñanza podría significar una pérdida irreparable para la humanidad. “Cada lengua que desaparece es una biblioteca quemada”, como afirman expertos en lingüística.
La educación bilingüe es un derecho reconocido por tratados internacionales y constituciones de varios países. En regiones donde el aymara es la lengua materna de una gran parte de la población, su enseñanza no es un lujo, sino una necesidad. Aprender en su idioma fortalece la autoestima de los estudiantes, mejora su rendimiento académico y promueve su integración social, al tiempo que facilita el aprendizaje del español como segunda lengua.
Lejos de ser inútil en el ámbito laboral, el aymara tiene aplicaciones prácticas significativas. En sectores como el turismo, el conocimiento de esta lengua añade autenticidad y valor a las experiencias ofrecidas a los visitantes, especialmente en zonas donde las comunidades indígenas juegan un rol clave en las actividades económicas. Además, la educación bilingüe fomenta el bilingüismo, una habilidad altamente valorada en un mundo globalizado.
El aymara contiene un vasto conocimiento sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza, algo crucial en tiempos de crisis climática. Las enseñanzas ancestrales transmitidas en esta lengua ofrecen lecciones sobre sostenibilidad, respeto por los recursos naturales y convivencia armónica, principios que el mundo moderno necesita adoptar con urgencia.
Por ello, considerar al aymara como irrelevante refleja una visión limitada de la educación y del progreso. No se trata de elegir entre competir en el mercado laboral o preservar una lengua; ambas metas son compatibles. Invertir en la enseñanza del aymara y el español es un acto de justicia social, un reconocimiento de la diversidad cultural y una apuesta por un futuro más inclusivo.
El verdadero chauvinismo radica en imponer una visión homogénea de la educación que desconozca la riqueza que aportan las lenguas originarias. Enseñar aymara no es un capricho ni un retroceso, es un acto de resistencia cultural y una estrategia para construir sociedades más equitativas y orgullosas de sus raíces.